sábado, 18 de diciembre de 2010

INSTRUCCIONES PARA LLORAR


Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos

(JULIO CORTÁZAR)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

LATINOAMÉRICA


Camina. Ahí va esa mujer.

Canta canciones de revolución bailando con la libertad, mientras la emoción le humedece los ojos. Siempre están queriendo callarla, pero ella es una mujer audaz, es la pachamama de los nativos, de los postergados, de los olvidados. Es un canto de gloria.

Es Buena moza. Uno la puede encontrar bailando una milonga o pintado en algún corazón enamorado los colores de una whipala. Por las tardes, mate de por medio, conversa con el Che, y ella, enamorada de la libertad, nombra montañas, selvas, ríos, dioses. . Por las noches suele chayar los corazones abatidos con vino y oro verde. Hay quienes la vieron atravesar la Cordillera de los Andes bailando una cueca. La melancolía la sorprende siempre cuando mira las ruinas del Tiahuanaco. Latinoamérica es alegría, es Carnaval.

Decir Latinoamérica es hablar de una mujer con agallas. Una mujer que fue maltratada, golpeada, ultrajada, pero que supo levantarse a tiempo y decir: Aquí estoy más fuerte que nunca.

Pipi

viernes, 26 de noviembre de 2010

En busca del sol

Roberto Luis Oglietti era soltero, estudiante de la Licenciatura de Recursos Naturales, había nacido el 21 de enero de 1956. Tenía 20 años.
Junto a 11 compañros fue brutalmente asesinado en el episodio mas terrible de Salta, la Masacre de Palomitas.

Meses antes de ser llevado al simulacro de enfrentamiento donde lo matarían, Oglietti escribió una carta a su hermana, la que decía:

"Después de la visita de Roberto nada ha variado en nuestra condición de reclusos, salvo la temperatura que este año nos esta jugando al frío frío el mes de febrero, con el aliciente nada despreciable que este pabellón se lo puede caracterizar sin temor a equivocarse como una perfecta congeladora que hace a esta altura del partido todos los compañeros andemos con pulóver y mantas.
De todos modos tenemos que tener presente como una cosa imborrable en nuestro pensamiento, que éste como un año más, los obreros, los humildes, los pobres van a seguir sufriendo las injusticias de este sistemainstrumentado en base a la explotación y mantenido a base de la represión más inhumana. Hambre y palos para el pueblo, a la clase obrera, a esa clase que con sus brazos extrae y procesa toda la riqueza de nuestro país, la que hace posible que Argentina sea lo que es. Acaso te pusiste a pensar que pasaría con una fábrica sin obreros y con el campo sin campesinos?; qué harían los poderosos?. Los empresarios, los terratenientes, los politiqueros títeres del imperialismo, qué harían sin el pueblo, sin los trabajadores?. Nosotros somos una parte de ese pueblo que sufre las injusticias más irracionales con la diferencia que nos tienen confinados detrás de unas rejas. Esta es una respuesta a eso: El origen de nuestra fuerza no esta en la vaga promesa de un místico, ni en un sueño cualquiera que incendia el alma. Procede únicamente de ese golpe de la historia imposible de detener. Los que intentan oponerse a nosotros se oponen también a las leyes seculares del movimiento de la materia, de la sociedad; no existe pausa, sino movimiento: si el hoy desemboca en el mañana, el mañana derriba el hoy y todo sin cesar sigue avanzando, avanzando. Nosotros somos los pregoneros del mañana. Somos el rumor de esa corriente que corre sin parar y reconstruye... Nosotros somos los que acomodan su paso al paso de la historia, los que pisotean al imperialismo que se derrumba y que edifican el mañana.
Por eso te puedo decir Norita, que esta es una marcha hacia el sol y conocemos el final. Capturemos el sol."

Esta bella carta fue objeto de censura y no fue remitida a su destinatario. El joven Oglietti ratificó haber escrito la misma y lo castigaron encerrándolo 15 días en su celda. El 6 de Julio del 76 fue masacrado en Palomitas, junto a 11 compañeros.

domingo, 21 de noviembre de 2010

ESCRÚPULO


Este poema de Oliverio Girondo, me viene persiguiendo de hace rato. Gracias!!!!!!!


Escrúpulo

Me parece que vivo
que estoy entre los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho "me parece"
yo no aseguro nada.

viernes, 19 de noviembre de 2010

La Tierra está Pariendo


Les regalo uno de mis dibujos en carbonilla: La tierra está pariendo. Estamos en el momento y en el lugar.

Para acompañar esta poesía de Jorge Sosa, que ya es parte de mi y cuenta lo que yo siento.

Hermano dame tu mano

Hermano dame tu mano,
vamos juntos a buscar
una casa pequeñita
que se llama libertad.
Esta es la hora primera,
este es el justo lugar
abre la puerta que afuera
la tierra no aguanta más.

Mira adelante hermano
es tu tierra la que espera
sin distancias, ni fronteras
que pongas alta la mano.
Sin distancias, ni fronteras,
esta tierra es la que espera
que el clamor americano
le baje pronto la mano
al señor de las cadenas.

Métale a la marcha,
métale al tambor,
métale que traigo
un pueblo en mi voz.

Hermano dame tu sangre,
dame tu frío y tu pan
dame tu mano hecha puño
que no necesito más.
Esta es la hora primera,
este es el justo lugar
con tu mano y mi mano
hermano empecemos ya.

Mira adelante hermano
en esta hora primera
y apretar bien tu bandera
cerrando fuerte la mano
que apretada a tu bandera
en esta hora primera
con el puño americano
le marque el rostro al tirano
y el dolor se quede afuera.

domingo, 31 de octubre de 2010

Quisiera que me recuerden

Joaquín tenía 23 años. Era obrero y poeta. Hoy es un compañero desaparecido en la dictadura.

Su poema "Quisiera que me recuerden" fue elegido para un libro de escritos de desaparecidos y leído por el ex Presidente Néstor Kirchner.

A su poema lo leí una y otra vez, siento que es una especie de testamento, que un joven escribió para que no olvidemos recordarlo.

Quisiera que me recuerden

Quisiera que me recuerden sin llorar ni lamentarme

quisiera que me recuerden por haber hecho caminos

por haber marcado un rumbo

porque emocioné su alma

porque se sintieron queridos, protegidos y ayudados

porque interpreté sus ansias

porque canalicé su amor.

Quisiera que me recuerden junto a la risa de los felices, la seguridad de los justos

el sufrimiento de los humildes.

Quisiera que me recuerden con piedad por mis errores, con comprensión por mis debilidades

con cariño por mis virtudes,

si no es así, prefiero el olvido, que será el más duro castigo por no cumplir mi deber de hombre.

Joaquín Enrique Areta

viernes, 29 de octubre de 2010

No te rindas

Para estos tiempos donde parece que todo lo bueno dura poco les dejo este "No te rindas" de Mario Benedetti.


No te rindas, aún estás a tiempo

De alcanzar y comenzar de nuevo,

Aceptar tus sombras,

Enterrar tus miedos,

Liberar el lastre,

Retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,

Continuar el viaje,

Perseguir tus sueños,

Destrabar el tiempo,

Correr los escombros,

Y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,

Aunque el frío queme,

Aunque el miedo muerda,

Aunque el sol se esconda,

Y se calle el viento,

Aún hay fuego en tu alma

Aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo

Porque lo has querido y porque te quiero

Porque existe el vino y el amor, es cierto.

Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas,

Quitar los cerrojos,

Abandonar las murallas que te protegieron,

Vivir la vida y aceptar el reto,

Recuperar la risa,

Ensayar un canto,

Bajar la guardia y extender las manos

Desplegar las alas

E intentar de nuevo,

Celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas,

Aunque el frío queme,

Aunque el miedo muerda,

Aunque el sol se ponga y se calle el viento,

Aún hay fuego en tu alma,

Aún hay vida en tus sueños

Porque cada día es un comienzo nuevo,

Porque esta es la hora y el mejor momento.

Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti

No te rindas



lunes, 11 de octubre de 2010

A UN OLMO SECO


Este poema de Antonio Machado me produce cantidad de sensaciones y lo maravillo es que lo puedo leer mil veces y mil veces me emociona de una manera distinta.


A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera

viernes, 8 de octubre de 2010

Abuela Grillo

En Copacabana - Bolivia conocimos a la abuela grillo. Verlo a orillas del Lago Titicaca fue por demás conmovedor. No tengo mucho más para decir, el video lo dice todo, y lo dice bien.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

CARTAS DE FRIDA KAHLO...



Aquí algunas de las cartas que Frida Kahlo le mandaba a su gran amor, Diego Rivera.

Diego: Nada comparable a tus manos ni nada igual al oro-verde de tus ojos.
Mi cuerpo se llena de ti por días y días.
Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la tierra.
El hueco de tus axilas es mi refugio.
Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios que son tuyos.

Mi Diego: Espejo de la noche. Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos.
Todo tú en el espacio lleno de sonidos- en la sombra y en la luz. Tú te llamarás Auxocromo el que capta el color. Yo Cromoforo- la que da color.
Tú eres todas las combinaciones de números. La vida.
Mi deseo es entender la línea, la forma, el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz.


viernes, 24 de septiembre de 2010

CANSANCIO


Les dejo algo de Oliverio Girondo. Para mi coequiper que anda de aventuras y yo, ya la estoy extrañando.

Cansancio


Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.

Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

martes, 21 de septiembre de 2010

Está en mí

En vísperas de mi viaje me topé con este testimonio de Galeano, quería regalarlo en forma de despedida. Hasta que vuelva y traiga el mío.

Bolivia es parte de mí. Está en mí, vaya donde vaya, ande donde ande; y yo estoy en Bolivia sin “estar estando”. Me parece fundamental el proceso que encabeza Evo Morales. No sólo para Bolivia, sino para el mundo entero, que está enfermo de racismo aunque siga siendo una enfermedad rara vez confesada.
En Bolivia tuve, hace ya muchos años, mi bautismo de fuego como escritor. Llevaba yo un buen tiempo en Llallagua, y había llegado la hora de partir. Nos pasamos toda la noche bebiendo, chicha al principio, después singani, con mis amigos mineros. Y cuando ya estaba por sonar la sirena que convocaba al socavón, me rodearon y me obligaron: “Ahora, hermanito, dinos cómo es el mar”.
Yo sabía que ellos, condenados a la muerte temprana y a la soledad de la geografía, nunca iban a ver el mar. Y yo tenía la obligación de encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos…

Eduardo Galeano

viernes, 10 de septiembre de 2010

Sicarios de la Voz

Sicarios de la Voz

Un pequeño escrito sobre la opresión...

Sicarios de la voz
En mi mundo habitan unas bestias (alimañas) que buscan excomulgar la voz. Son fanáticos de los silencios y toman fuerza a través del ritual de la inquisición de las palabras.
De estas bestias hay muchas especies: las hay de altos copetes color rojo púrpura, estos son los más llamativos. También existen los que se camuflan según su medio o miedo, estos son los más sanguinarios.
Por supuesto ellos son mudos, o tal vez, sólo se niegan a decirnos cómo se llaman, por lo que desde nuestra ignorancia los llamamos “sicarios de la voz”.
En un principio convivían con nosotros, convivíamos con ellos, éramos iguales, o intentábamos serlo, nosotros (ellos no). El tiempo y el darwinismo quisieron que los sicarios de la voz se distingan cada vez más del resto de la humanidad, y aunque nunca fueron muchos (ellos no se permitirían serlo) siempre tuvieron gran potestad.
Tienen técnicas, miles, para exterminar la voz humana. Hace unos años utilizaban la amputación de las lenguas, la mutilación de ideales, luego evolucionaron a callar al enemigo con miedo (hasta dejarlo sin habla), últimamente se amparan tras la burocracia para enmudecernos.
Asalariados, auspiciados por una fiera aún peor, los sicarios de la voz nos educan, nos crían, nos manipulan, nos confiesan, nos gobiernan, nos adoctrinan. ¿Para qué? Para repudiar la voz humana, para vendarnos (para vendernos) y de a poco enlutar nuestra propia voz.
Pero según cuentan los fabuladores más románticos estas bestias le temen tremendamente a los pensamientos libres de todo estructura, a los sueños. Le temen a olvidarse un día de decirnos qué pensar, de callarnos y que en la turbulencia de la incertidumbre nos atrevamos a gritar. El grito los destruye.
Por esta razón los sicarios de la voz programan nuestra educación, cada uno somos un número, en un cronograma, en su agenda.

AS

jueves, 9 de septiembre de 2010

EL CHE HA MUERTO Y A MÍ NO ME QUEDA MÁS QUE SILENCIO....


Un Cortázar conmovido y esta carta del 29 de octubre de 1967. París


Roberto, Adelaida, mis muy queridos:

Anoche volví a París desde Argel. Solo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié este texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como sin uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me importa; en todo caso tu sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento también me averguenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos.

Che

Yo tuve un hermano.

No nos virnos nunca
pero no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.

Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,

Julio

miércoles, 8 de septiembre de 2010

LA SOGA (Silvina Ocampo)


Un amigo y "amor platónico" me recomendó leerla. Y como él dice "el final es trágico pero.... tiene cierto aire de ternura". Para Ale Vilches, conocido por las "aventuras del conmigono"


La Soga (Silvina Ocampo)

A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.”La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y desagradable, en mi opinión. El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla al aire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia delante, para retorcerse mejor.Si alguien le pedía:—Toñito, préstame la soga.El muchacho invariablemente contestaba:—No.A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de dragón.Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua.La bautizó con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos Prímula.” Y Prímula obedecía.Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a través de la blusa.Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos.La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.

domingo, 5 de septiembre de 2010

VOLVIENDO II

Ayer cuando caminaba por la calle balcarce pase por el bar "kasa tomada" y me acorde , salvado las distancias claro, del cuento CASA TOMADA de Cortázar. Más tarde, volviendo a mi casa, un amigo hablo de eso y ya no me quedaron dudas había que compartirlo. Dedicado a mi coequiper y a mi amigo G.

Casa Tomada (Julio Cortázar)

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.

Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

-¿Estás seguro?

Asentí.

-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

-No está aquí.

Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.

Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?

Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)

Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.

-No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.