martes, 27 de noviembre de 2007

La tristeza, madre de la meditación

Sin dudarlo hoy me atrevo a confesar algo que para nada es motivo de vergüenza: Estoy triste. Las causas de esta tristeza no valen la pena ser pregonadas, pues la tristeza en si es lo que importa y no el mal que la genera.
Muchas veces ya hablamos de los exóticos beneficios de la menospreciada tristeza, pues la tachan de amarga cuando es compañera de la caprichosa soledad.
Sin querer ahondar nuevamente en las escondidas pero certeras ventajas de este sentimiento, quiero exponer mi forma de aprovecharlo. Si, aprovechar la tristeza pareceria una frase hecha para las deidades, pero los mortales a veces, tambien sufrimos.
La tristeza golpea el pecho del malherido porque quiere salir, y si tenemos a la azarosa suerte de nuestro lado, la tristeza se convierte en letra, en canción, en llanto.
Mi tristeza se hizo estas lineas, se hizo una charlas de amigas (una charla que el dulce elixir del olvido no se atreve a borrar). Y Guardando mi poco fortuito orgullo confieso que mi trsiteza se hizo llanto. Llanto que creo que ni el beso de morfeo será capaz de cesar, pero aseguro, con estas desconsoladas lagrimas de testigo, NO CAMBIARIA ESTA TRISTEZA POR NADA...

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