Porque extrañaba escribir en este espacio, porque extraño los libros que terminé de leer, extraño los amigos que hace mucho no veo, extraño un pueblito difícil de encontrar, su silencio, su gente, también extraño a la otra mitad de este blog (mi coequiper), a quien hace tiempo no veo. Extraño a mis compañeros de viaje, a mis compañeros de estadía, de risas. Extraño a escritores que nunca conocí, a mi perro felipe, a mi hermana que está lejos. Especialmente extraño a un amigo que pronto lo volveré a ver, y en mi abrazo entenderá porque lo extrañé tanto.
Por extrañar me dieron ganas de escribir, y de leer las celebraciones de la amistad, sentimiento que va de la mano con mi nostalgia.
Celebración de la amistad /2 del libro de los abrazos
Juan Gelman me contó que una señora se había batido
a paraguazos, en una avenida de París, contra toda
una brigada de obreros municipales. Los obreros estaban
cazando palomas cuando ella emergió de un increí-
ble Ford a bigotes, un coche de museo, de aquellos que
arrancaban a manivela; y blandiendo su paraguas, se
lanzó al ataque.
A mandobles se abrió paso, y su paraguas justiciero
rompió las redes donde las palomas habían sido atrapadas.
Entonces, mientras las palomas huían en blanco
alboroto, la señora la emprendió a paraguazos contra
los obreros.
Los obreros no atinaron más que a protegerse, como
pudieron, con los brazos, y balbuceaban protestas que
ella no oía: más respeto, señora, haga el favor, estamos
trabajando, son órdenes superiores, señora, por qué no
le pega al alcalde, cálmese señora, qué bicho la picó, se
ha vuelto loca esta mujer.
Cuando a la indignada señora se le cansó el brazo, y
se apoyó en una pared para tomar aliento, los obreros
exigieron una explicación.
Después de un largo silencio, ella dijo:
- Mi hijo murió.
Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero
que ellos no tenían la culpa. También dijeron que esa
mañana había mucho que hacer, usted comprenda.
- Mi hijo murió -repitió ella.
Y los obreros: que sí, que sí, pero que ellos se estaban
ganando el pan, que hay millones de palomas sueltas
por todo París, que las jodidas palomas son la ruina de
esta ciudad.
- Cretinos -los fulminó la señora.
Y lejos de los obreros, lejos de todo, dijo:
- Mi hijo murió y se convirtió en paloma.
Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando.
Y por fin señalando a las palomas que andaban
por los cielos y los tejados y las aceras propusieron:
- Señora: ¿porqué no se lleva a su hijo y nos deja trabajar
en paz?
Ella se enderezó el sombrero negro.
- ¡Ah, no! ¡Eso sí que no!
Miró a través de los obreros, como si fueran de vidrio,
y muy serenamente dijo:
- Yo no sé cuál de las palomas es mi hijo. Y si supiera,
tampoco me lo llevaría. Porque, ¿qué derecho tengo yo a
separarlo de sus amigos?
Eduardo Galeano
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