Sicarios de la Voz
Sicarios de la voz
En mi mundo habitan unas bestias (alimañas) que buscan excomulgar la voz. Son fanáticos de los silencios y toman fuerza a través del ritual de la inquisición de las palabras.
De estas bestias hay muchas especies: las hay de altos copetes color rojo púrpura, estos son los más llamativos. También existen los que se camuflan según su medio o miedo, estos son los más sanguinarios.
Por supuesto ellos son mudos, o tal vez, sólo se niegan a decirnos cómo se llaman, por lo que desde nuestra ignorancia los llamamos “sicarios de la voz”.
En un principio convivían con nosotros, convivíamos con ellos, éramos iguales, o intentábamos serlo, nosotros (ellos no). El tiempo y el darwinismo quisieron que los sicarios de la voz se distingan cada vez más del resto de la humanidad, y aunque nunca fueron muchos (ellos no se permitirían serlo) siempre tuvieron gran potestad.
Tienen técnicas, miles, para exterminar la voz humana. Hace unos años utilizaban la amputación de las lenguas, la mutilación de ideales, luego evolucionaron a callar al enemigo con miedo (hasta dejarlo sin habla), últimamente se amparan tras la burocracia para enmudecernos.
Asalariados, auspiciados por una fiera aún peor, los sicarios de la voz nos educan, nos crían, nos manipulan, nos confiesan, nos gobiernan, nos adoctrinan. ¿Para qué? Para repudiar la voz humana, para vendarnos (para vendernos) y de a poco enlutar nuestra propia voz.
Pero según cuentan los fabuladores más románticos estas bestias le temen tremendamente a los pensamientos libres de todo estructura, a los sueños. Le temen a olvidarse un día de decirnos qué pensar, de callarnos y que en la turbulencia de la incertidumbre nos atrevamos a gritar. El grito los destruye.
Por esta razón los sicarios de la voz programan nuestra educación, cada uno somos un número, en un cronograma, en su agenda.
AS
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