miércoles, 12 de diciembre de 2007

Para no desentonar seguimos con Eduardo Galeano, este texto titulado “El imperio del consumo” deja al descubierto grandes verdades, que todos conocen pero muy pocos quieren ver.
No es casualidad que haya elegido este texto para compartir con ustedes, también es mi intención compartir la historia de un pequeño encuentro. Sucedió en la esquina de una conocida calle salteña, en la hora en que todo se sumerge en un bullicio de gente que no sabe a donde va, pero quiere llegar rápido. Solamente una persona “desentonaba”. En su mano izquierda una botella de vino y con la derecha cargaba el dolor que se podía ver en sus ojos. Sin más, se sentó a lado mío y creo que en su mundo de fantasía etílica sospechó que yo también deseaba escuchar su historia. Lloraba como buen borracho, con ganas, como hay que llorar. Y aunque él sabía que su deslucida pronunciación no me permitía entender muchas de sus frases, tampoco fue necesario volver a repetirlas para describir el dolor humano. Me hablaba de Dios. Me hablaba de un perdón que estaba buscando y sus lágrimas moradas humedecían el aire. Me preguntaba con ocurrente entonación quien era yo y me miraba fijo. No dejaba de mirarme. Alguien le dije. Bajo la mirada y se perdió en los grises huellas de las escaleras de la Biblioteca Victorino de la Plaza. Levanto los ojos, y se posaron triunfantes en los míos. Él sabía que decir, el lo sentía. “es mejor ser alguien, antes que ser nadie”. El destino quiso que después de este pequeño encuentro tomáramos caminos opuestos…

Ahora sí… Galeano (pequeños fragmentos)


“La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble. La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi toda esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo…”
“…La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar…”
“…Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?...”

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