miércoles, 9 de enero de 2008

Este pequeño relato va dedicado a los que caminan por el pasillo y aunque saben cual es la puerta soñada no se atreven a abrirla. No hablemos de cobardía. Hablemos de renuncias valientes. Hablemos de esos amores imposibles.

PUERTAS

Hay puertas que a veces es mejor no abrir. Aunque sean puertas soñadas.
El precio de las llaves, puede ser muy alto.
¿Pero Quién se atreve a juzgar de inalcanzable un sueño que atraviesa las pupilas y deja marcas en el alma?
Puertas cerradas, donde se escapa travieso, un destello de luz en medio de tanta oscuridad.
Y cuando uno encandilado de ilusión se detiene a mirarlo, ya se ha hecho de día.

Hay puertas que a veces es mejor no abrir. Aunque sean puertas soñadas.
Aunque sea para no romper el sueño. Tal vez lo que soñamos no está detrás de esa puerta.
O tal vez si. ¿Quién se atreve a señalar la puerta como con desprecio?
Pero para conseguir las llaves hay que caminar mucho. Y mientras camino me doy cuenta que no importa.
No importa cuanto camine nunca será suficiente para alcanzarte.

Hay puertas que a veces es mejor no abrir. Aunque sean puertas soñadas.
Aunque sean puertas que rechinen. La espera detrás de la puerta puede ser eterna

Ahora estoy caminando por el pasillo. No hay otras puertas.
Está solamente la tuya. La miro de reojo, como con desconfianza. No es para menos. Aunque... Es la puerta soñada, si, indudablemente. Retrocedo, porque aunque aun estoy en la eterna duda de abrirla o no, de algo estoy convencida. Esa puerta tuya, no me pertenece y no va a ser mía nunca. Quizás sea eso, lo que todavía me detenga delante de tu puerta.

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